10 de septiembre de 2010

El chico que toma cortados y lee

Avenida Colón, quince minutos pasados de las seis de la tarde en la ciudad de Mendoza, Argentina. El chico toma cortados en un café tranquilo mientras lee relatos de Cortázar o de Neruda, lleva tres cortados con sus correspondientes tres aguas minerales, y sonríe de vez en cuando ante alguna frase placentera que le llama la atención. “Qué locos” piensa, “qué locos”. Es curioso el hecho de que también levanta la cabeza en no ordenados instantes y mira a las mujeres del café. Se pregunta si alguna de ellas podría llegar a ser, talvez, la mujer que pondrá patas arriba su rutinaria vida. El íntimamente desea, una cambio desquiciado en su vida, pero no se atreve a hacerlo el mismo.

Piensa a su vez en lo hermosa que es la palabra mujer. Se divierte en esa palabra. La saborea. Se deleita en eso y en lo locos que eran Cortázar y Neruda. Piensa en otros enfermos que escriben y en el triste pero conforme hecho de que él nunca llegará a ser así de grande. Quien haya leído a Cortázar, Neruda o Chéjov sabe a lo que se refiere el chico que toma cortados. Sin duda se refiere a algo bueno, superlativo.

La rubia de mirada extenuada y que se muerde las uñas cruza el café de una pared a otra como un buen augurio. Sabe que el chico del cortado que lee no logra quitarle los ojos de encima. Se siente inclusive algo deseada aunque esto último es una evaluación muy particular y que no se establece en nada.

A veces, nuestro protagonista (llamémoslo X) imagina cómo sería hacer el amor con esas mujeres desconocidas con las que se cruza todos los días. Lo imagina con lujo de detalles y de manera particularmente intensa. Luego las olvida. En general tiene una clara tendencia a olvidar.

Pese a todo, se acuerda con gusto da Andrea. Una de las lecciones más substanciales que aprendió de ella es la de cómo echar el azúcar al cortado sin que se derrame por los bordes: simplemente hacer primero un huequito con la cucharilla. Ese es el gran secreto. Rápidamente, en el minuto siguiente, le viene a la cabeza Mercedes, la camarera que dibujaba corazones de chocolate sobre la superficie cremosa del cortado. Un día ella le dio su número de celular. Aunque él no quería nada con ella, admitía sentirse complacido, ya que de cierta manera, nunca le ocurrían cosas así. Ocurrían a otras personas, pero a él no. Con Mercedes nunca imaginó cómo sería el asunto en la cama. Eso, según X, aparentaba algo importante, aunque en realidad no sabía muy bien el qué.
El siente en este momento, en este exacto momento, que no necesita nada más para estar bien. Así está todo bien, con un cortado, un agua mineral y algunos libros de Cortázar o de Neruda. Le cautivan los finales de tarde en cafés tranquilos, a ratos lee, a ratos mira a otras mujeres y registra ciertos pensamientos en servilletas ordinarias de papel. En ese momento piensa que son ideas maravillosas pero luego en seguida cambiará de idea. Satisfecho con su tarde y consigo mismo, pasa la mano en los labios, se levanta, paga, deja el cambio sobre la mesa y sale del café tranquilo. La rubia de mirada extenuada que se muerde las uñas, cruza una vez más el café hacía la otra pared, como si buscara algo o a alguien. Sea lo que sea lo que busca ya no está. Entonces su mirada se vuelve mucho más extenuada. Extremamente extenuada. Tanto que se le van las ganas de todo y se ilumina un cigarrillo, justo ahora que se había propuesto dejar de fumar y de comerse las uñas.


1 comentario:

  1. un cortado acompañado de el libro del desasosiego, de fernando pessoa es muy bueno..tmb inspira nuevas lineas un poco de licor de crema irlandesa..

    ResponderEliminar