25 de julio de 2011

El Omnipresente

por Bruno Adarvez


Eran cerca de las once. Entonces, como ya lo había hecho una y mil veces antes, se dispuso a comenzar con el trabajo nocturno derivado a altas horas del día, aunque no lo recuerde ni lo entienda nunca muy bien, probablemente por cuestiones de distracción.
-demasiado tiempo dedicado al ocio, señor.
-Tú te callas, balbuceó.
El trabajo a realizar en cuestión era algo no lo demasiado importante, pero un encomendado diario de responsabilidad adulta que no necesita especificación.
En fin, aquí se encontraba comprometido a llevar a cabo otro cumplido, acordado universalmente como “responsabilidad” pero como él sabia muy bien, tanto como algo puede o no ser un resultado final absoluto, excluyendo una idea dogmática, llevaba una alta carga, a su denominación, de algo más bien llamado “obligación”.
El contexto era prometedor, la habitación estaba cálida, acogedora y sin embargo le permitía circular de manera libre y con frescura al aire que se desplazaba por el corredor y por la ventana cercana, que luego iba a parar a los bordes del par de medias donde se alojaban sus pies, muy cerca de los zapatos que tuvo que quitarse, pues ya lo habían comenzado a molestar. Solo notó pequeñas variaciones en su entorno, posturas que días atrás parecían dignas de eficiencia, eran ahora masajes de obrero en su espalda; ciertos objetos desordenados del cuarto que antes no hubiera percibido, en ese momento le resultaron altamente irritantes. A pesar de ello, ambas situaciones también eran parte de la rutina, del espectáculo que brindaba comenzar con la tarea. Tal como pensó él también para convencerse del tiempo perdido al momento, pues ya eran las doce menos veinte, todo parecía ocurrir como siempre, con una o dos situaciones que desviaban la atención por un instante antes de comenzar con lo ya acordado.
Tal como explico, todo era pacífico o al menos se encaminaba hacia ello, cuando de la mismísima nada, sin previo aviso y orgulloso como siempre, de voz apaciguada y en calidad de susurro, el mayor de todos los perturbadores, el amante irruptor de todo lo pactado, traicionero y compañero, mendigo pero omnipotente, eterno ente regulador de personalidades , fijó su atención casi de un chasquido y luego preguntó repetidamente: ¿Cómo es que vale la pena el mundo?, ¿como es que se puede resistir a lo irresistible?, ¿como es que se enfrenta a lo que ni siquiera se le puede predecir ni conocer?, ¿porque con tantos caminos, siempre se elije el que ya está pavimentado?, ¿es acaso la tuya y la del resto tan solo una vida de constantes deja vú de experiencias ajenas?, ¿no es posible pensar en la vida como un suspiro en el tiempo de la muerte infinita?. Pero claro, todo lo que brilla debe apagarse. ¿No lo crees?
-suficiente! Hay mucho trabajo que hacer, necesito silencio. De otro modo, no podré ir mañana la partida de Poker.
…El juego y otros cuantos vicios suyos. Sin necesidad de contabilizarlos, parece que en tus haberes predominan estos pequeños otorgadores de satisfacción. Claro que es entendible pues, con tanto trabajo, tanta rutina, horarios para levantarse, para comer, vestirse, pasear, dormir, aplicados prolijamente por los mismos defensores de la vida “natural”, no hay tiempo para sentir, que es lo mas semejante a vivir. Por otra parte, si algo apartado del concepto reciente nos logra mostrar el sin sentido inacabable de lo que otros seres macros enseñaron como “real”, esto señores, parece un tanto atractivo, un tanto perjudicial y saludable al espíritu. Igualmente, a excepción de algún que otro maníaco, este no es el caso particular del juego. En el caso del juego más precisamente, hay una distracción de la observación del objeto; pero de derivar los pensamientos al punto de abstracción causado por un estupefaciente o por problemas ajenos a lo que responde a usar bien las cartas contenidas en las manos, perderíamos claramente el juego o quizás nos despertaríamos de un bofetón que nos devuelva a la mesa de apuestas…
Ya eran más de las dos de la madrugada, cuando el miserable había conseguido convencerlo de una idea de contenido altamente lógico. “Él” solía entender muy bien lo que el pobre infeliz quería oír, podía predecir sus reacciones y comprendía con especialidad la sensibilidad que brotaba de ese ser. “Él” sabía particularmente que de no escuchar lo que tenia que escuchar en un momento dado como por una especie de “destino”, se encontraría a sí mismo respondiendo de manera mecánica y eso, se lo aseguro, no era parte de su personalidad. A partir de esto, siempre disfrutaba arrancar con las afirmaciones de “contenido lógico” para luego, ya habiendo culminado con las conclusiones existenciales, con temáticas repetidas de la vida, la muerte, la pavada y luego de otorgarle sentido a cada porción mínima de realidad para luego concluir en el absurdo del todo inmenso y tras un serio convencimiento acerca de lo insignificante de vivir, era el momento en que ya no era mas el concejero y compañero, amigo e iluminador, no más el parásito voraz alimentado de sentido, sino una vieja de bastón, envidiosa de la vida ajena, putrefacta y castigadora. Era entonces cuando disfrutaba sádicamente de argumentar que la evasión a las actividades retributivas era un dejo de voluntad y se explicaba, para “él” o “ella” ahora, fácilmente a través de la repetición circular y excesiva del ocio.
-Basta! Gritó desconsolado. Sumergido en una soledad extrañamente amigable, irritado de nuevo por el tiempo, ya eran las cuatro de la madrugada y aun no había concretado lo que le gustó teorizar como “obligación” y que tiempo después él mismo había pasado tiempo justificando. Él era su propio karma y su perdición, no se dejaría vivir realmente pero quizás si podría destruir algo defectuoso. Contempló por unos segundos la idea, pero antes de actuar, como ya les resultará predecible de este individuo, sólo pensar en destruir lo que ahora le gustó llamar “defectuoso”, era algo altamente complejo y encontrarle sentido lógico a tal acción estaba fuera de su alcance, no iba a poder decidirlo por cuenta propia, ya sabemos quien tomaría parte en el asunto. Dado el fracaso de resolver primero, por tema de tiempo, otra vez, la tarea indeseable, y paralelamente tampoco hallar una manera de solucionar su problema de divagación hasta ser resuelto por naturaleza ya de tipo biológica, intentó recordar con éxito lo transcurrido en su campo perceptivo esa noche.
Quiso darle un buen tinte a esa idea. Se puso de pie, llevó su agradable silueta, la cual experimentaba una especie de euforia creativa en el interior de su materia orgánica, hacia un armario cercano del cuarto, buscó entre los cajones algo que sirviera para escribir y arrancó una hoja de cuaderno. Tenía muy claro que como antes en todas y en esta también, las decisiones no las tomaba solo, sabía que quizás se trataba de otro de los conocidos artilugios que “él” desarrollaba para salvar “su” pellejo y despojarse de culpa. Pero no prestó demasiada atención a esa idea, pues estaba entusiasmado con lo que se había permitido realizar. A la vez entendía que todo era a su vez ajeno y parte de él y en ese punto no debía profundizar demasiado, de este modo evitaría una crisis severa. Seguido a ello, pensó como relatar y describir lo que había acontecido y experimentado durante esas horas. Decidió finalmente redactar un texto en tercera persona, algo que representara de algún modo lo transcurrido física y mentalmente en él, había entendido que todo era ajeno y a su vez parte de él mismo, y sin embargo le simpatizó y, de a momentos lo lograba convencer de nuevo el concepto sobre cómo siempre él era la victima, de cómo a cada momento aparecía a mutilar la paz su ente regulador, el omnipresente, omnipotente, ignorante y sabelotodo , intelectual y vulgar , lineal y contradictorio , ineficiente pero necesario. Igualmente y sin dudas en este punto, “él” era el más natural de todos, el bien y el mal circulante, su dios.



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