7 de agosto de 2011

La Chica Con El Vestido Floreado

Una lluvia que cae sin ganas. Finita, ni se nota. El camina por la Calle San Lorenzo, en Mendoza. La lluvia lo molesta un poco, lo deja completamente aéreo, volando alto sin que nadie perciba. Bueno, eso es bueno. A el le gusta.
Caminando en dirección contraria a la suya, del otro lado de la calle, el la percibe: vestido florido, tela fina, aquellos vestidos que vuelan, conoces? A el le gusta esos.
El semáforo se hace verde. El atraviesa la calle corriendo entre los autos. Piensa poder volar. Tonto, casi muere. Pero no tiene importancia, al final el ama aquel vestido florido.
Misma vereda. Misma dirección. Ahora el pasa a caminar junto a ella, no exactamente al lado, pero cerca lo suficiente como para sentir que ella usaba un perfume de los buenos. Conoces?
La lluvia aumenta un poco y ella sigue caminando en el mismo ritmo, con la elegancia de Venus que la acompaña. Al menos pienso que en Venus como elegante. Pero eso no importa cuando el mira aquel rostro dorado inclinarse suavemente, mirando al cielo, como pidiendo a la lluvia: Vení… Me mojas?
Imposible era para el dejar de observar el balanceo de aquellas piernas torneadas, músculos y huesos bien dimensionados. Y, claro, no tendría como no notar el brillo de aquel pelo castaño, bien cuidado, que volaban con la misma suavidad con la cual ella caminaba. Bonita, ella es bonita.
La lluvia entrega la paz. Ellos se dan cuenta juntos, y ella sonríe. Que maravilla! El sonríe de vuelta.
El celular suena. El pierde el paso mientras trata de librarse lo mas rápido posible de aquella maldita llamada fuera de lugar. Un poco distante el agradece por no haber perdido nada.
Ella ahora sigue bien adelante, entra en la Plaza España, se sienta en un banco vacío. El queda de pie, apoyado en un árbol, mirando.
Que lindo – el piensa – Ahora ella va a sacar de la cartera un buen libro, de aquellos que te dejan concentrados a un punto tal que te olvidas de todo, talvez hasta de mí. Para el no habría problema, a el le encanta aquellos lentes finitos, discretos, que quedan lindos solamente en algunas chicas. A el le gusta eso, es un buen observador.
Ningún libro en las manos, talvez ella simplemente quiere mirar a la gente que camina… Pero, que es eso?
Ella saca una bolsa plástica, de aquellas de supermercado, de adentro de la cartera y un extraño alboroto de palomas se forma a su alrededor.
No, no puede ser.
Era.
Ella tiraba migajas de pan para las palomas, mientras soltaba gruñidos como si hablara con ellas.
Con eso bastaba.
Se dio vuelta y siguió su camino.
El odia las palomas.


2 comentarios:

  1. Uh!! que pena!! me asombro el final.
    Lindo sitio. Me quedo.
    Cariños....


    P.D: te he dejado un regalo en mi sitio.

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  2. qué bábaro!! Lográs que estemos ahí con el protagonista, siguiendo a la chica, con el aliento sostenido hasta ver el desenlace y de pronto... todo se borra de un plumazo...
    Creo que nos sorprendió a todos!
    Bien!!

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