17 de enero de 2012

Arcoíris


Y entonces miró al cielo y encontró un arcoíris.
Dispuesto a descubrir su final, se aventuró en el medio de la tormenta. Protegió sus ojos con una de las manos y derrotando paso a paso la feroz lluvia gris, caminó bajo el Sol negro de nubes cargadas. Con los ojos rojos bajo cada luz de relámpagos, siguió aunque asustado por los colosales truenos.
Pero, determinado a descubrir el secreto del final del arcoíris, avanzó.
Y se concentró en su tono lila, suave y delicado como el primer día de primavera. De la misma manera que en el fuerte morado que anunciaba la promesa de finales de tarde coloridos que formarían de una manera única casi un mundo propio.
Con los ojos casi cerrados, imagino un cielo azul hecho piedra preciosa, que brillaba anunciando la inmensidad de estrellas que surgirían en las muchas noches prometidas para luego. Y, mojado, se imaginó flotando en un eterno mar verde y límpido, en un baño que lo hizo acordar de la primera vez que mojo sus pies en el mar.
Bajo un cielo color azul imaginación y flotando en un mar inventado, jugó como si fuera niño ante la luz amarilla de un Sol que brillaba solamente para él, como su fueran amigos desde chicos. Y sintió el sabor naranja de las mañanas de sábado que nacían con la promesa de un día durar para siempre.
Pero su corazón realmente despegó, al entregarse al rojo de la pasión, fuerte y pacifico, intenso y placido, contradictorio adentro de su propia magnitud.
Pues había llegado al final del arcoíris.
Y, allá había descubierto su pote de oro. Oro dorado.
Fue cuando entendió que no estaba en el final del arcoíris.
Estaba en el principio.
Y todos los colores del mundo se le anunciaban con gracia ante sus ojos.



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