Ah, que te
quiero con la simplicidad de todas las frases abiertas, inmensas, eternas,
pechos desnudos ante el viento incendiado de octubre, que te quiero abierta y
profunda, un alma sin un cerrar, dejando el tejido escurrir o bailar, como
tenga que ser y como sea, así, solamente, fluidificando en mí un océano.
Inclusive, también como cascada cuando hace falta y nasciendo como un río,
silenciosamente menuda por horas de cielo cerrado, sin hacer mal, te recibo de
brazos abiertos, labios listos, ojos prendidos, inspirando la amplitud que es:
el aceptarte. Punto final, respirar, sonreír – aceptarte – n’arte que te salta
d’alma, n’alma que te aflora en si y afuera; todos densos explotando por
adentro caleidoscópicamente, flores heridas, texturas invisibles, y abrazarte
bajo las ataduras y oír de la piel el secreto que dice: si al amarme tensionas,
estás empezando al revés, amor.
Y así
empiezo el comienzo arduo, voy tejiendo las larguras de los lanzamientos,
alastrándome en tu cuerpo invertido e inundado por los desinversos de los
descontrarios. Como quien flota o pasea, ritmando de acuerdo con el pecho y
alojando la calma y la seguridad de nunca poder rastrear todas tus esquinas.
Pero te quiero aun así, inhabitable, desconocida, inmersa en sombras
inexplorables y cegueras lechosas. Con la libertad de desconocerte y tejerte
nuevamente a cada desencuentro o tropiezo y entonces – sonrisa? Encaja.
Deshabito de mi y me abismo en un Tu de múltiplos caminos y pasajes, además de
los infinitos incontornables entornando para adentro de mi en un casi que hasta
me pincha de tamaña belleza; el amar rojo de las carnes y el brillo azul de los
interiores que lentamente tiro sobre ti en esta coreografía sin verbos que el
cuerpo, volcánico, propone.
Abriendo los alrededores, inaugurándome entero y
amplio, nuevamente espeso, en un estreno que solamente tu mirada puede saber y
debe ver. Aunque oculto, cubierto o en la oscuridad, mi corazón es tuyo.
Silencio. Mi silencio es tuyo.
Sublime.
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