Ya no soy una
habitación vacía.
Me habitan todo
tipo de antítesis y leves desesperaciones.
Me encuentro en desacuerdo con mis
viejas heridas. Inclino esperanzas sobre el balcón, quiero mirar hacía abajo,
pero es demasiado alto desde acá y no veo el fin.
Soy ahora un
laberinto penetrado por visitantes que he dejado entrar. Dejé que limaran mis
bordes, al fin de abrirles caminos. Entran por los espacios frágiles, cargados
de fiebre y locura, rompen todo mi antiguo desamor en pequeños pedazos al
rasgar mi piel.
Se deshacen mis
mentiras hechas de hormigón por el piso. Me desnudan en verso y prosa.
Y al final, ese
final que ya ni existe, que no puede ser mío, mío, mío, tuyo, tuyo, nuestro,
ese fin que no tiene nombre, terminando sin terminar. Ya no soy una casa vacía,
solitaria y deshabitada.
Tengo ahora mis
muebles hechos y una mano para sostener.
Todo que me
atraviesa y que me mantiene de pie, con la mirada fija en un horizonte aun sin
color. Todo lo que no se decir, verbalizar, hacer realidad. Todo lo que me es
raro, todo que es un sueño & delirio & fiebre & locura…
Las pequeñas
ansias congeladas en el instante del primero no, vacías al primer gesto de
reprobación, al primer corte de sus verdades no realizadas.
El camino no es
uno solo, si es que hay camino. Soy trilateral, y hay caminos. Muchos, tantos,
infinitos, largos, locos caminos. Que nadie nos enseñara; ellos están allá,
salvajes, a la espera de quien los descubra.
Tengo locura
sobrando, tengo un poco de amor, pero lo que realmente tengo, es sed. Y eso
va a tener que ser suficiente ni que sea para doblar la esquina de este camino,
o para caer de una vez en un labirinto cotidiano cualquiera. Y entonces, que
haces?
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